domingo, 17 de noviembre de 2013

Entre libros y viñetas


Retrato de un hombre que sabe que los sueños se construyen a mano.

A la manera de J.J. Arreola





Cuándo me preguntan quién soy, me gusta decir que soy un hijo, un hermano, un amigo, a diferencia de esa gente importante que cuándo les hacen esa misma pregunta responden soy un ingeniero de petróleos con maestría en hidrocarburos medievales, o soy un arquitecto con especialización en arte digital posmodernista. Amigos yo soy un hijo, un hermano, un amigo y me dedico a los libros, a su lectura, a su cuidado, a su difusión, a su escritura. 

Vivo en una ciudad intermedia entre una urbe cosmopolita y un pueblo con cara de capital de provincia. Aquí nací y he recorrido desde que tengo memoria sus calles. 

Soy de la generación del Frente Nacional y eso no me hace sentir nada especial, aprendí a jugar fútbol callejero, ese de calles rotas y pelotas remendadas antes que a leer, y primero pegué un puñetazo en el ojo de algún amiguito antes que besar a una niña.


Soy de familia caldense, grande como todas, con papá y mamá y tres hermanas y un hermano menor. Asunto este que no me favoreció nada en la infancia pues siempre hubo alguien preferido antes o después por mis padres. Cosa seria crecer en familias de suburbios: no hay privilegios.

A mis catorce años parecía un triste pollo puberto. Pollos, así nos decían las tías cuando llegaban a casa de mamá, ¡Cómo están de lindos éstos pollos!. Pero no éramos lindos, todo lo contrario, yo tenía un cuerpo flaco, un rostro pálido y unas ojeras que se me han quedado tatuadas desde aquellos años. Para colmo mi voz se debatía entre un alarido de mariachi y un grito de rockero, y ajuste el cuadro cuando empobrecí mi visión con la lectura de los viejos libros que mi padre almacenaba en una descuidada alacena y el médico me recetó unas enormes gafas que me hicieron aún más impopular. Así que de lindos ni pío, no amigos, esos eran cuentos de las tías pa´ ganarse el algo delicioso que les preparaba Madre. 

Diré que con fealdad y todo pasé -en los lluviosos días de mi infancia- los mejores años de mi vida. Eran las épocas de la escuelita y del colegio, de los primeros acercamientos al amor y del descubrimiento de los comics y de la revelación de la amistad. Y ahí en los años 80, entre Maradona y Michael Jackson todo, todo cambió porque conocí a Tarzán el hombre mono, Arandú, Kalimán, Memín, El Llanero solitario, Superman con toda la liga de la justicia y Condorito que ayudaron a criar al hombre en que me fui convirtiendo a través de la lectura de sus páginas.

Pero la vida es rara y de esos años dorados pasé a los años grises. No pude ingresar a la Universidad como todo el mundo, porque la familia pasó de la época de la bonanza cafetera o cocalera a un estado de quiebra en un santiamén y pues a dejar los estudios y a trabajar en lo que pudiera. Pero ni falta que me hizo porque pasé de las viñetas de héroes a los libros pa´ grandes: novelas, cuentos, antologías de poesía y crónicas y muchas horas en las bibliotecas públicas. 

Llegaron los años que se sumaron a mi estatura y con ellos llegó el cambio físico: gané peso, mi rostro se ensombreció por una barba cerrada, dura, mi visión mejoró aunque el pelo empezó a escasear, también debo reconocer que los músculos que heredé del fútbol y las peleas callejeras se quedaron instalados en mi cuerpo para siempre y mi voz de pollo puberto cambió a una voz ronca como de jazzista. Los años grises de la quiebra familiar se fueron y dejaron llegar los años del progreso.  

Hoy, amigos, mis edad suma la edad de los bosques húmedos y no quiero traicionarme jamás porque desde niño he amado los libros y sus historias, los comics y su viñetas por eso, decidí buscar un poco de academia que me ayude a consolidar este sueño de dedicarme a los libros, a su lectura, a su cuidado, a su difusión, a su escritura.

Una cosa más cada día que termino la lectura de un libro de poemas, de una novela, de un libro de cuentos o crónicas o ensayos o revistas y periódicos me digo casi secretamente, cuánto te falta por aprender Juan Carlos, un texto leído te dice que no sabes nada aún y que el camino es largo y el tiempo no es eterno.

Hoy miro atrás y veo mi sombra cargando un buen pasado, comprendo que el futuro no se hace dormido, que los sueños de verdad se hacen a mano, con los actos de todos los días y mis sueños son grandes por eso los dejo en las manos de Dios sin olvidar esa frase que me dijo Abuela en la infancia: Ayúdate que Dios te ayudará.

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