El fútbol es el
deporte más popular que existe. Tiene miles de millones de seguidores en el
mundo, tal vez tres mil millones, o más. No existe un solo país en el planeta
que no tenga por lo menos un torneo aficionado. Los mundiales de fútbol, esto
ya lo he dicho hasta la saciedad, son los eventos televisivos que más
espectadores mueven en el mundo. Y podría mencionar cifras y millones de euros
que se mueven alrededor del llamado deporte rey.
En la ciudad no ha
vuelto a llover. El ambiente es seco, hay humedad, más de la normal. El cielo
está gris todo el tiempo. El azul se borró hace semanas de la cúpula. Las
tormentas eléctricas nos paralizan. Hay polvo en las avenidas y en los parques,
sobre los autos y las fuentes. Un polvo sucio que se mezcla con ceniza
volcánica. Las plantas se ven grises y tristes, las calles igual. La gente va
de prisa como siempre. Debe ser la idea de una nueva erupción del Nevado
tutelar que nos vigila.
El fútbol se volvió
el deporte de multitudes. Pronto los denominados deportes de élites tuvieron
que dejar sus filtros y abrirse al pueblo, es decir, el tenis se popularizó y
tuvieron campeonas negras, igual el golf y también el automovilismo.
Necesitaban ganar dinero y adeptos y apalearon a dejar sus torres de marfil para
poder ser competitivos en talento, recursos e ingresos. La publicidad, la tele,
el llamado marketing generaba millones que el fútbol se guardaba, y si pensaban
en deportes solo para ricos y nobles estaban perdidos.