miércoles, 22 de septiembre de 2010

Crónica de los ángeles custodios



Al final de la inquietud de estar en el mundo
tengo la certeza de estar en la mirada de mis amigos”
STANISLAS RODANSKI

1982… nueve años tendríamos, el mundo se ocupa de un fulano que había vivido no sé cuántos años solo. Todo en el barrio y en la escuela era alboroto. El fulano había nacido en Colombia, y de ser un país apenas conocido por nosotros en un mapa de 1m x 70 cm, descolorido y plastificado, pasó a ocupar un lugar privilegiado en nuestra historia personal.

Dije nueve o tal vez diez años (la edad no importa) lo que importa es ese fulano que salía hasta en la sopa. Ese país de papel lo conocíamos a través de los maestros de la escuela primaria y de pronto el nombre de Colombia era común en el transistor del abuelo que heredé después de su muerte, en la radio de mamá donde escuchaba radionovelas y en los periódicos dominicales de padre donde se enteraba del mundo. El país estaba de fiesta por el fulano mientras en el barrio aprendíamos a cuidarnos la espalda.

Yo crecí en la barriada entre putazos y goles, tropeles y besos, bicicletas alquiladas y heridas, puñetazos y sueños. Siempre acompañado de mis amigos, en especial de Pacho el inigualable arquero de la Licorera, el eterno enamorado de Mónica, el larguirucho Pacho que no se llamaba Francisco sino Carlos, esa manía de cambiar los nombres en Suramérica.