Hoy es lunes de invierno en Manizales. Desde el amanecer caen delgadas agujas. Una fina neblina rodea la ciudad y un aire frío se cuela por ventanas y boca. Acabó de llegar a mi apartamento en busca de un libro para mi trabajo y no lo he encontrado. Llevo horas de búsqueda y en cambió volví a ver una vieja edición de un libro de poemas prologado por Juan Varela en 1949. La versión que tengo es Azul de Rubén Darío, impresa por Afrodisio Aguado, S.A. en Madrid. Tal vez, una de la más bellas ediciones que se ha hecho.
Es un obsequio de un amigo sacerdote que robó, digamos mejor, tomó prestado para mí. Pero no es del modernismo de lo que quiero escribir. Es sobre el libro como objeto. Este libro lleva 61 años rodando desde España hasta América. Cómo llegó a Colombia, en manos de quién vino, por qué terminó en mi biblioteca. Esas preguntas no las resolveré nunca.
Sabemos que un libro es un objeto tan simple como una piedra y tan útil como un martillo. Me he movido entre ellos la mayor parte de mi vida. Heredé la biblioteca de mi padre y la mía crece como la hierba, además trabajo a su alrededor. Ahora me preguntó -desde el oficio de escritor- ¿qué es un libro? y me dejó llevar por mi mente hasta la fecha en que hicieron este ejemplar de Azul en Madrid. Borges dice que un libro es la extensión de la memoria. Lo creo.
Sabemos que un libro es un objeto tan simple como una piedra y tan útil como un martillo. Me he movido entre ellos la mayor parte de mi vida. Heredé la biblioteca de mi padre y la mía crece como la hierba, además trabajo a su alrededor. Ahora me preguntó -desde el oficio de escritor- ¿qué es un libro? y me dejó llevar por mi mente hasta la fecha en que hicieron este ejemplar de Azul en Madrid. Borges dice que un libro es la extensión de la memoria. Lo creo.